Pedro Monardez Díaz y su historia en la Finca El Chañar
Llegamos hasta la Comunidad Colla «Finca el Chañar», allí conversamos con don Pedro Monardez Diaz, hijo de don Evaristo Monardez Astorga y doña Tomasa Diaz Rojas, crianceros de toda la vida. Sus abuelos paternos fueron don Cipriano Monardez y María Astorga, Don Pedro nos cuenta que su abuelo fue quien compró la finca de Martínez en el siglo XIX, y desde esos tiempos se ha dedicado a la ganadería de vacuno principalmente, allí crecieron, trabajaron y murieron varios de sus tíos y tías
Don Pedro es parte de ocho hermanos, recuerda que con ocho días de nacido, sus padres lo subieron a la cordillera junto a todo el ganado, al sector de «Los ojos de agua del leoncito» (mismo lugar, nos dice, donde vivieron las hermanas Quispe), allá tenían su majada donde además hacían queso y carbón, siendo esa una muy buena época en lo económico. Nos cuenta que hasta el actual lugar de su vivienda, antiguamente llegaban varios crianceros de otras comunidades a invernar, como los Ponce, los Herrera, los Astorga, todos se refugiaban y apoyaban entre ellos hasta que volvía la temporada de a subir a la cordillera.
Aún tiene memoria de su primer encuentro con la cordillera, tenia 8 años cuando a lomo de caballo acompañó a su padre en la construcción de un gran horno de barro, en el que preparaban carbón para la venta. Nos cuenta que se le escarchaban las manos cuando preparaba el barro y lo trasladaba en un tarro para recubrir el horno. La técnica era poner toda la leña de varilla seca bien apretada dentro del horno, lo encendían en la tarde y al otro día en la mañana lo tapaban bien, para que no entrara nada de aire. Reconocían el punto del calor a través del humo, primero era intenso y blanco y ya cuando estaba listo se tornaba de color azul, era el momento de tapar y dejarlo enfriar durante tres días luego de este proceso ya sacaban el carbón listo para entregar. Dice que antes su papá salía con la leña cargada en burros hacia Tierra Amarilla, y que la gente se peleaba para tomar una carga, porque en esos tiempos era como el gas de hoy, todos necesitaban leña para cocinar. Salían a las 7 de la mañana y volvían como a las 2 de la madrugada. Desde pequeño don Pedro aprendió a hacer queso, mantequilla y pan, de hecho todos los niños ya sabían cocinar y realizar todo lo que se necesitaba para sobrevivir en los cerros.
Pero en los meses de invierno, cuando bajaban al terreno de la finca, los niños eran felices jugando e inventando travesuras, fabricando camiones con latas de conservas y corriendo de un lado para otro. También nos dice que su padre alcanzó a estudiar un período de su juventud, lo que le permitió después, que él mismo le enseñara a todos sus hijos, para lo que instaló una pizarra en la casa y los educó en todo lo básico que requerían, entre letras, sumas y restas.
Don Pedro tuvo nueve hijos, a sus 78 años se siente orgulloso de lo vivido. Siendo joven se incorporó al rubro de la minería, en donde fue aprendiendo distintas labores. Se mantuvo en esa área hasta su jubilación, entonces llegado ese momento tomó la decisión de volver definitivamente a la finca familiar, a recuperar y devolverle la vida a ese espacio que tantas generaciones vio pasar.
«Nací aquí mismo en la finca y a los ocho días de nacido, mis papás me llevaron con ellos y con el ganado a la cordillera.. llegaban al mismo sector donde murieron las Quispe»
«La muerte.. pienso que nosotros la tenemos incorporada, es como un premio, es una etapa de la vida que la tenemos dormida.»
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Fuente: Libro «Huellas Vivas Collas en Atacama», del Ministerio de Educación